Reflexiones en cuarentena
Nelsa Curbelo Cora (columnista)
Primera constatación: todos estamos conectados. Siempre lo estuvimos pero ahora se nos muestra la evidencia con fuerza. Lo que sucede en una provincia de China, para muchos desconocida, en una ciudad que no ubicamos en el mapa, impacta en el mundo entero. Tiene que ver con la salud y pone en peligro la vida de millones de personas.
Un virus, que no vemos, pero cuyos antepasados tienen larga data en nuestra tierra nos ha sometido al pánico global y a una hecatombe financiera. Parece ser que desde 3300 a. C. ya hacían de las suyas y se han ido transformando y mutando con gran capacidad de adaptación… Y el mundo entero tiembla, se cuida, se protege y se empobrece.
Se aloja en nuestro cuerpo, donde ya somos anfitriones de unos 48 billones de bacterias, 60 billones de virus y varios miles de millones de hongos. La mayoría, nuestros cómplices en hacernos la vida posible y mejor. Pero este virus es un invasor temible.
Da para pensar en la fuerza de lo pequeño y lo invisible. Y también en la fuerza del mal. Por pequeño que sea siempre impacta a muchos. Los corruptos que se han robado el país podrían ir meditando en lo que provocaron en millones de personas.
En un mundo donde nos inculcan que hay que ser los primeros, sobresalir, lo que no se ve y no se conoce no tiene importancia. Se trata de ser primeros en los estudios, primeros en el deporte, primeros en el barrio…, el éxito se mide por la capacidad de ser primeros… El éxito es como un escaparate para lucirse en esa concepción de la vida. Aun los narcos son exitosos si son los más “poderosos” y les dedican series de TV, películas y canciones. Y de pronto, masivamente, descubrimos que los importantes son otros. Son los médicos, enfermeras, personal de sanidad, los que venden en los supermercados, los que recogen la basura, los policías, los que cantan, los que producen, los que transportan, los que llenan las perchas de las tiendas, toda la red que hace posible nuestra maravillosa vida. Y constatamos que dependemos todos de todos, que nos cuidamos todos, o no sobrevivimos, que lo que nos saca adelante como seres humanos es la cooperación y no la competencia. No importa en qué lugar del planeta vivamos ni qué color tenga nuestra piel, ni cuál es la religión que nos cobija.
Y apreciamos más a nuestra tribu, nuestros familiares y amigos, los que siempre están ahí, conocen todas nuestras fallas e igual nos aman, nos defienden, nos ayudan, nos soportan y están pendientes de lo que nos sucede.
Esta pandemia pone de manifiesto nuestro miedo visceral, en conjunto, a la muerte. No la hemos domesticado como el principito a la rosa, no hablamos de ella, huimos y la queremos lejos, la tememos. La muerte es como un parto, duele, es riesgosa, nos separa de muchas cosas, pero nos conecta con muchas otras, esa es mi convicción más profunda, que acepto no tiene por qué ser la de todos. Ese proceso de soltar y de partir que es nuestra vida. Soltar todas las posesiones, no tener a nadie castigado en nuestro corazón, como dijo alguien cuyo nombre no recuerdo, soltar para volverse polvo, tierra, aire, viento, flor, pájaro, insecto, vuelo, vértigo, alma, luz, presencia y ausencia, a eso nos enfrenta el poderoso e invisible virus, y revela globalmente nuestros miedos más profundos. (O)
Tomado de diario El Universo