¿De qué nos alimentamos?
David Samaniego Torres (columnista)
“Somos lo que comemos”, un tema presente en el cine, en la música, en gastronomía. Hay quienes ven una estrecha relación entre los componentes de nuestra alimentación y los componentes de nuestra personalidad, quizá de aquí se derive la frase que hoy comento. Lo que sí puedo afirmar, de mi cosecha, es que conozco gordos y gorditos notables, de buen diente y barriga pronunciada, que tienen la sonrisa a flor de labios, que son dicharacheros, buenos para una tertulia, de sangre liviana, como suele decirse. En la otra orilla también conozco a flacos distinguidos que esconden bajo su parsimonia y seriedad jornadas de templanza para conservar aquello que aprecian: ser enjutos de carne. Lo que aquí comento no es un desperdicio de renglones porque, quien más quien menos, estamos inmersos en este mundo. Además, una de las preocupaciones diarias de las amas de casa es precisamente preparar alimentos apetecibles y saludables para quienes están a su cuidado, sin dejar de mencionar que parte del presupuesto familiar se va al estómago, irremediablemente. ¿Somos lo que comemos?
Una necesaria digresión o aplicación de lo enunciado. Alma y cuerpo, espíritu y materia –para algunos o muchos– son componentes humanos. Cada uno de ellos de enorme importancia. El balance entre dichos componentes es de significativa utilidad para el desarrollo integral del ser humano. Es por esto que vale preguntarnos: ¿de qué alimentamos nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra mente, nuestros sentimientos? Si ‘somos lo que comemos’, bien podemos decir también que somos lo que creemos, leemos, nuestros intereses y aficiones, nuestros gustos y entretenimientos, en una palabra, todo ese cúmulo de elementos que están dentro de nosotros o giran a nuestro alrededor y al final de cuentas integran o forman lo que en realidad somos o creemos serlo.
Dejo que mi mente se entretenga un rato pensando de qué alimentan su espíritu los políticos, albañiles, pescadores, quienes trabajan en una vulcanizadora, los que cultivan la tierra, los transportistas, los empleados privados y públicos, los gobernantes, los empresarios, en fin, ¿de qué nutrimos todos nuestra mente y nuestra voluntad? La respuesta no carece de importancia, es obvio que se trata de una medalla de dos caras: es inevitable la constatación de una formación diferenciada, alimentada por insumos variados, que nutren nuestro ego que todos acariciamos y nos hacen especiales, hasta pretendemos ser únicos; pero la otra cara de la medalla es importante que se nutra de elementos comunes al grupo al que se pertenece: a la familia, a la sociedad, al país, al club, etcétera, elementos que nos congreguen.
Imposible conformar un país coherente, positivo, disciplinado, con metas comunes si no existen elementos que unan o fusionen mentes y voluntades. Esta es, hoy por hoy, la realidad nacional, nuestra tragedia. Somos un país a la deriva. Tenemos ciertos medios de comunicación, sin metas ni valores cívicos, que alimentan seguidores sin preocuparse de sus contenidos. Bienvenidos entonces la sangre y los escándalos si estos venden; enhorabuena asesinatos, accidentes de tránsito, riñas callejeras, peleas de hogar, corrupción, drogas y vicios, etcétera. Fiestas cívicas, ¿para qué? Están por demás, no venden, carecen de usuarios,
Tomado de Diario El Universo