¿Correa vicepresidente?
José Luis Ortiz (columnista)
La posibilidad de un retorno populista en Ecuador está en caída libre. Se trata de una perspectiva que se desdibuja a medida que avanzan las acciones en contra del núcleo de exfuncionarios que dispusieron de los recursos públicos con glotonería y a su antojo. Y si a esta acción de los organismos respectivos se acompañan resultados concretos sobre el destino del dinero, el decenio pasado quedará como un huracán que pasó por la historia, la inundó de pestilencia, pero terminó en el abismo irrecuperable de la indignación.
Así, no tiene ninguna validez, como perspectiva para recuperar posiciones, el anuncio de que Correa intervenga como segundo en el binomio para una contienda electoral. Este intento, inspirado en lo que ocurre en Argentina con la decisión de Cristina Fernández de acompañar en la papeleta a su tocayo Alberto, por varias razones, no calza con la realidad ecuatoriana.
Allá, el soporte del que parte la entrada de aquella es la perdurabilidad del peronismo como eje perenne de la dinámica política. Argentina vive, desde 1945, un fenómeno en el que la corriente creada por el caudillo Juan Domingo es un dato de la cotidianidad vital de su población. Ese movimiento, pese a los duros reveses que ha sufrido, y a las confrontaciones hasta sangrientas entre sus diversas tendencias, marca el comportamiento cívico de sus adherentes y de sus opositores. El “justicialismo” ha devenido en creencia cuasireligiosa para una colectividad que apuesta por él, dejando a un lado incluso consideraciones de equilibrio, y olvidando momentos críticos y hasta desastrosos de la gestión de sus figuras.
La presencia de Alberto Fernández no implica, de manera simplista, que se trate de un personaje a ser manipulado por Cristina, sino que representa la posibilidad de que las diversas tendencias de ese movimiento se reagrupen para convertirse en una opción con posibilidades de triunfo.
El “correísmo” mal puede homologarse a ese fenómeno, y su autoproclamado líder no tiene la estatura ni la trascendencia para regresar.
Tomado de Diario Expreso