Los espejismos del correísta Arauz
José Hernández
Rescatar la patria, el orgullo, la democracia, la dignidad, la economía, el futuro… todo. También el pasado. Y también, y sobre todo, a Rafael Correa, su protagonista. La promesa de fondo que hace el candidato correísta Andrés Arauz se resume, de todas formas, en regresar a lo que había con su benefactor y líder. Una imposibilidad que es, políticamente para él, un arma de doble filo.
Por supuesto que ofrecer, así sea subrepticiamente, recuperar el pasado puede ser rentable electoralmente: el correísmo logró, gracias a la propaganda, dos proezas en el imaginario social. Una: que los ciudadanos crean que el dinero que hubo durante casi siete años de su gobierno fuera fruto de su gestión económica y no de la bonanza petrolera. Dos: que el país no midiera lo que significaba el endeudamiento desatado al que recurrió Correa los tres últimos años para ocultar su fracaso económico.
Ofrecer volver al pasado puede jugar con ese espejismo. Que llama a otros que datan de 2006, cuando cuajó la candidatura y ganó la presidencia: un momento que los electores vivieron como convocatoria, ilusión, cambio y holgura económica. Correa gozó de condiciones excepcionales que 14 años después, y en buena medida por culpa suya, no existen. El panorama político para Arauz se ve agravado por otro dato de la realidad: el correísmo perdió la virginidad en todos los terrenos. Hoy, salvo su electorado duro, los ciudadanos saben que durante su gobierno se expandió un sistema autoritario, conculcador de libertades, concentrador del poder, cínico y corrupto.
Por supuesto que Arauz puede beneficiarse de los espejismos creados, puede invocar, subliminalmente, el eterno retorno e incluso puede hurgar en lemas y trucos de marketing utilizados por su benefactor y jefe. Pero el escenario que tiene por delante muestra que, en la eventualidad de ganar, las ventajas que tuvo Correa ya no existen y hoy son graves escollos.
En 2006 el país estaba cansado de inestabilidad. Los partidos políticos habían colapsado y los movimientos y mediadores sociales habían perdido su capacidad de representación. Todo se prestaba para la aparición de un outsider. Eso fue Correa. La situación política no ha variado. Pero el correísmo dejó de ser la fuerza política monopólica y Arauz está lejos de ser el articulador de las fuerzas políticas y sociales que suscribieron el proyecto de Correa. Si Correa se creyó un prócer, hoy Arauz está reducido al papel de paje.
En 2006 Alianza País logró convertirse en centro de un proceso político arrasador que le dio músculo político para pretender refundar el país en Montecristi. Hoy Arauz es un albur, uno más de la segmentación inmisericorde que, por estrategia política, Correa agravó en el país.
En 2006 ya había tomado viada la bonanza de las materias primas de la cual se benefició Alianza País. Correa despilfarró parte de esos ingresos y hoy, paradójicamente, Arauz podría ser su víctima. Correa consumió los fonditos que encontró, metió mano al Banco Central, desapareció $2.500 millones en las deudas del IESS, eliminó el 40% del aporte del Estado al Fondo de Pensiones y un largo etcétera más de irregularidades para alzarse con plata ajena. Y, además, dejó una deuda de alrededor de 60 mil millones de dólares. Esas larguezas ya no se las podría permitir su pupilo.
En 2006 y los demás años, gracias a la fortuna de dólares que manejó el gobierno, Correa pudo aceitar clientelas sociales y políticas que le dieron esa aureola de intocable: todo le resbalaba, nada le afectaba, ninguna institución lo atajaba. Y ahora se sabe cómo ganó todas las elecciones. Hoy Arauz no tendría a su favor esos factores de poder. Cualquier gobierno, incluyéndolo a él, tendrá que administrar la penuria, no hay ambiente de convocatoria social sino de dispersión y hay serios factores de inestabilidad institucional.
En los hechos, así como Andrés Arauz se beneficia del voto duro del correísmo, hereda, en su contra, un altísimo porcentaje de oposición absolutamente radical. En los hechos, él no es él: sobre él pesa la certeza, en gran parte de la ciudadanía, de ser el títere de Rafael Correa. Hace 14 años esa fue la marca de moda; hoy es una marca tóxica. Le ofrece, es cierto, un piso para arrancar su campaña electoral, pero le resultaría absolutamente funesta en una hipotética gestión gubernamental. Rafael Correa sería un peso muerto difícil de administrar que se sumaría a la crisis, al desempleo, al coronavirus, a la división entre ecuatorianos que con tanto ahínco el ex presidente abasteció y él y Carlos Rabascall cultivan.
Tomado de 4 Pelagatos