La ley del más débil

La ley del más débil
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POR: MONSEÑOR JULIO PARRILLA

“El piano” (1993), de Jane Campion, nos dejó un buen sabor, a cine del bueno capaz de narrar historias veraces, provocadoras y bellas. La historia de Ada y su hija se ubicaba en Nueva Zelanda. La película, desde una perspectiva feminista y erótica, reivindica la dignidad de una mujer que ama la libertad, mecida por una partitura de singular belleza, obra de Michael Nyman. Ahora, Campion vuelve a sorprendernos con una nueva y preciosa historia, “El poder del perro”.

Ubicada esta vez en Montana, en la América profunda, en el reducido escenario de un rancho en el que cuatro personajes parecen jugar a las cuatro esquinas, cada uno sufriente en su propio mundo: Phil, el hermano duro y contradictorio (al que da vida un espléndido Benedict Cumberbatch), George, el hermano gentil y conformista, su nueva esposa Rose y su afeminado hijo que, de forma imprevisible, romperán la falsa paz en la que todos viven. Frente a ese mundo pequeño y atávico están las montañas, los bosques y los ríos, testigos mudos de secretos y de contradicciones que van emergiendo como la lava de un volcán .

Acostumbrados a la ley del más fuerte y a una masculinidad tóxica y despiadada, la película deja en evidencia hasta qué punto el hombre es capaz de ser esclavo de su propio personaje y de sus bajos instintos. El pobre verdugo no es más que una víctima de sí mismo y de su secreto.

La película es necesariamente lenta. Invita a la contemplación y a la reflexión. Sin demasiadas concesiones a la lírica, es un drama tan intenso como la vida misma. En algún momento del camino, a veces a las puertas de la muerte, flaquearán las fuerzas y tendremos que afrontar nuestra propia verdad. La fuerza no está en el látigo, ni en la burla, ni en la prepotencia, sino en la capacidad de aceptar la realidad y de integrar de forma benévola a los que nos rodean. A través del cine, Jane Campion nos vuelve a hacer un excelente servicio: desvela las contradicciones de la vida y quema la hojarasca de las pretensiones humanas.

Tomado de diario El Comercio ec

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William Ludeña

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