Crecer hacia arriba
John Dum Insua (columnista)
Empecemos por romper aquel bulo repetido hasta el cansancio, según el cual a los guayaquileños no nos gusta vivir en condominio; que –culturalmente– preferimos vivir en villas. Proyectos residenciales como Bosques de Castilla y Torres del Río demuestran que dicha aseveración no es cierta; pues en ellas se han desarrollado comunidades armónicas de alta densidad y baja altura. Seguramente, semejante cuento fue generado por quienes realizan negocios inmobiliarios en terrenos cercanos a la ciudad, cuya capacidad agropecuaria ha sido exprimida hasta el cansancio, y que, al quedar yermos, resultan más valiosos como terrenos a urbanizar.
En estos tiempos, en que Guayaquil ha alcanzado una huella urbana sin precedentes, con un asentamiento informal que duplica en área a los ocurridos durante el siglo pasado, tras la construcción de la vía Perimetral, debemos buscar la eficiencia de nuestras redes de servicios públicos. Eso significa proveer servicios básicos a una mayor cantidad de habitantes por kilómetro cuadrado. Eso solo se logra cambiando las residencias de baja densidad por edificios de mediana y alta ocupación. Debemos notar que la tasa de crecimiento poblacional guayaquileña sigue reduciéndose, mientras el área que ocupamos como ciudad sigue creciendo. Dicha contradicción significa mayores gastos en el mantenimiento de las redes de luz y agua, al tiempo que ha colaborado con quitarnos el estatus de la ciudad más poblada del Ecuador.
Tarde o temprano, todas las ciudades que se han expandido de manera exagerada comienzan a contraerse, simplemente porque llegan a un punto de quiebre, donde es más rentable rescatar las infraestructuras existentes en sus centros antiguos que mantener y extender redes eléctricas, tuberías y carreteras. El tiempo también ayuda a estos cambios de crecimiento. ¿Será ya el momento en que Guayaquil y sus promotores inmobiliarios comiencen a interesarse por barrios tradicionales, como el centro, el Astillero, Urdesa y el barrio del Centenario?
Muchos pondrán como objeción que todos los barrios mencionados tienen un volumen considerable de edificaciones consolidadas, y cambiarlas implica una inversión muy elevada. Primero que nada, cabe recalcar que el proceso de cambio en el crecimiento de una ciudad es lento, que suele darse en largos lapsos. Y esto suele lograrse cuando las autoridades municipales y los planificadores urbanos del Municipio se sincronizan con el objetivo de crecer hacia arriba. La normativa municipal debe combinarse con una serie de descuentos y compensaciones prediales para persuadir a los propietarios de los inmuebles antiguos para invertir nuevamente en ellos y aumentar su capacidad. Si alguien desarrolla una edificación de cuatro pisos donde antes hubo una villa de dos pisos, debería tener una reducción de un 50% en el impuesto predial, por un plazo cercano a los diez años. Intervenciones de menor rango, que mejoren fachadas o que promuevan el uso mixto de las edificaciones, también deberían tener reconocimientos similares.
Las ciudades que crecen hacia arriba tienen otra ventaja. El volumen de los montos invertidos en sus construcciones es mucho mayor, y por ende, menos propenso a liquidarse.
Tomado de Diario El Universo