¡Atrápenme si pueden!
José Ayala Lasso (columnista)
Tal parece ser el grito que, en desafío a la justicia, profiere en cada una de sus declaraciones, el prófugo de Bruselas. Seguro, como está, de su pretendida superioridad, convertido en trágico ejemplo del hybris griego, mal de los gobernantes que, habiéndose olvidado del pueblo, se preocupan solo de dejar vanidosa huella en lo que consideran “historia universal”, día a día acrecienta, con su conducta, la imagen que proyectó desde cuando, con el poder en la mano, se aventuró a conducir al Ecuador por la destructora ruta del socialismo.
Fue genuino producto del populismo que, para compensar las incompensables simas de la ignorancia, empuja a sus elegidos hasta las cimas de la propaganda. Su verborrea le otorgó el poder y allí se sintió necesario e insustituible.
Monopolizó el cinismo, perfeccionó la prepotencia, se creyó capaz de inventar una nueva moral revolucionaria, se regodeó en las alturas que consideró suyas para siempre y, pensándose profetizado por Nietzsche, se erigió como la encarnación del superhombre. Descubiertos sus turbios manejos y abandonado ahora por algunos de quienes usufructuaron de su próspera divinidad pagana, insolente y mínimo, desconoce sistemáticamente las pruebas que le condenan: si documentos, él responde que son maliciosas patrañas fraguadas; si registros de coimas, que son inocentes transacciones privadas; si testimonios de sus antiguos colaboradores, que todos ellos son traidores a los que nunca ha visto o conocido. Ve el estado calamitoso de sus flamantes faraónicas obras y exclama ¡que te han hecho, patria mía!
Se ha valido de todas las artimañas para evitar el inexorable avance de la justicia. Ha usado, de manera aparentemente legal, todos los recursos para poner trampas, frenos y obstáculos. Sus abogados se han enfermado puntualmente uno tras otro, o han viajado al extranjero por turnos planificados. Ha hecho del “debido proceso” objeto de mofa permanente. Ha perdido la memoria de hechos grandes como catedrales, al tiempo que, cuando presidente, se acordaba de nimios detalles para premiar o castigar. Finalmente, pretendió recusar a sus jueces, pero fracasó.
Y cuando debe comparecer ante la justicia, según lo exigen la ley y el honor, parece replicar: “atrápenme si pueden”, lanza insultos y agravios y, desafiante, piensa haber logrado la inmortalidad y quiere ser impune.
Permanece lejos: sabe que si regresa al Ecuador, le esperan la detención ya ordenada por el juez y, eventualmente, la cárcel. Y no viene, no se atreve a venir. Tiene terremoteados los nervios. Sus furias de antaño se desatan ahora en mensajes electrónicos, en los que se presenta audaz: pretende ser un impoluto “juan desposeído” al que fuerzas malignas le quitaron el cielo, pero no pasa de ser un tembloroso juan con miedo.
Tomado de diario El Comercio Ec.