Aplanando la curva
Vicente Albornoz Guarderas (columnista)
Cuando se revisa los datos de la Gripe Española de hace algo más de un siglo, es impresionante ver la evolución de las víctimas. En información bastante confiable de las víctimas en Londres, llama la atención cómo su número empieza a dispararse en la semana del 5 de octubre de 1918, para llegar a su nivel máximo hacia el 2 de noviembre. Después de eso, el número de víctimas cae, casi tan rápidamente como había subido, para ser muy pequeño a fines de enero de 1919.
Es fácil imaginarse cómo sería el ambiente en Londres en esas semanas ante la lucha tan desigual contra un virus desconocido contra el cual la población (todavía) no había desarrollado ningún tipo de inmunidad. Y si bien el número de víctimas no es lo mismo que el número de contagiados, la evolución debe haber sido bastante similar.
Y todas las medidas que se está tomando ahora, a nivel mundial, son para evitar una evolución como la que se vivió en esa, la última gran pandemia de la Gripe Española.
Una evolución tan exponencial, con tantos nuevos contagios al día fue algo que el sistema de salud de la época no pudo controlar y las fotografías de esos enormes naves industriales o edificios de la administración pública llenos de camas de enfermos atestiguan cuán desbordada estuvo la capacidad de atención del sistema médico del momento.
Algo similar podría pasar con el nuevo virus, para el cual tampoco existe inmunidad en la población, de manera que evitar el contagio es la mejor estrategia, al menos hasta que haya algún tratamiento o, idealmente, una vacuna.
La estrategia de evitar contagios aislando a la gran mayoría de la población es lo que se conoce como “aplanar la curva” o, en otras palabras, evitar un disparo de los contagiados como el descrito para Londres. Por cierto, la información que hay disponible para otras ciudades describe una evolución casi idéntica, aunque en fechas algo distintas.
Aplanar la curva de contagios consiste en repartir los contagios en un período más largo de tiempo, lo cual puede sonar algo derrotista porque significa que de todas maneras los contagiables se contagiarán, aunque en un período más largo de tiempo. Pero aunque suene derrotista, la estrategia tiene varias ventajas, siendo la primera que se puede reducir la sobrecarga del sistema de salud y dar mejor atención a los pacientes más graves.
La segunda ventaja, no menos importante, es que mientras más lento se contagie la gente, más tiempo habrá para encontrar alguna cura y ya hay noticias esperanzadoras de, entre otros, tratamientos basados en la quinina.
En conclusión, esta costosísima estrategia de “distanciamiento social” parece ser la mejor opción que tenemos al momento, ya veremos cómo reactivamos la economía después de que pase esta tormenta.
Tomado de diario El Comercio Ec.